Publicado: 13/09/2007 - Actualizado: 01/02/2020
Autor: Laura G. Garmendia
Estar enojado, triste, cansado, sentir amor y felicidad, son las emociones de las que está hecha la vida. El ser humano tiene derecho a sentir lo que sea, y no hay motivo ni regla por la cual debamos de rechazar o negar lo que sentimos. Es muy limitante la idea de que alguien se siente junto a nosotros a decirnos cómo deberíamos sentirnos ante una situación o cómo no deberíamos sentirnos. Ni siquiera nosotros deberíamos poner en juicio si lo que sentimos está mal o bien. Estamos hechos para sentir cada experiencia de la vida y para explorar a partir de las emociones sin juicio.
Cómo canalizar nuestras emociones
Cuando queramos llorar, hay que llorar sin pena ni razón, llorar profundamente, o meternos al enojo y a la envidia, al placer y a la aventura, sin sentir que estamos haciendo algo malo. Si existe algún conflicto en el ser humano es precisamente el sentir que no está haciendo lo correcto, y que no es aceptable ni “bueno “ lo que siente.
Lo mejor de las emociones es que cada una te trae un conocimiento que no podrás comprar ni con todo el oro del mundo. Pero si las niegas, evades o reprimes, entonces no puedes adquirir este conocimiento, por lo que seguirás atrayendo experiencias en tu vida que se “parezcan” a esas de las que huiste.
Es por eso que, cuando vivas alguna experiencia y ésta te “mueva” en cualquier sentido, tienes que deshacerte, antes que nada, de ese juicio “social” que se impone severamente, y descartar ese agresivo inhibidor que te dice si es bueno o malo lo que sientes. Ciertamente no podemos andar sintiendo enojo y llorando por todos lados y en cada rincón. Pero busca espacios donde desahogar lo que sientes, espacios donde puedas estar a solas y contactar con aquello que nos quieren decir nuestras emociones.
Muchas veces el dolor proviene de nuestra resistencia a cambiar, pensamos que los demás son responsables de nuestra felicidad y de las experiencias que están en nuestra vida. Nadie nos puede hacer enojar o sentir mal, a menos que nosotros estemos en esa receptividad y nos sintamos tan mal con algún aspecto nuestro que nos haga sentir vulnerables a lo que hacen los demás. Un ejemplo sería el pasar por una calle y escuchar que alguien te dice: “Eres una banana”. Obviamente este comentario te da risa pues tu sabes perfectamente que no lo eres. Pero si alguien te grita “imbécil” tu reacción hablara de qué tanto te sientes así.
No es lo que hacen o dicen los demás. Es la forma en como tú te sientes respecto a ti mismo. Cuando reconoces profundamente lo que sientes y las actitudes que están generando tus emociones, entonces parece llegar una comprensión casi de la nada. Después de que te hayas desahogado sentirás un alivio en todo tu cuerpo y ya verás que, al ir acatando la responsabilidad de ti mismo o de ti misma, e ir buscando las formas en que te sientas más satisfecho y pleno con lo que eres, te harás más poderoso conforme a la forma en que vives la vida.
Referencias
- Fernandez Berrocal, P. & Extremera Pacheco N., 2005. La Inteligencia Emocional y la educación de las emociones desde el Modelo de Mayer y Salovey. Revista Interuniversitaria de Formación del Profesorado, vol. 19 (3), pag. 63-93.
- Sánchez Núñez, M.T. et al., 2008. ¿Es la inteligencia emocional una cuestión de género? Socialización de las competencias emocionales en hombres y mujeres y sus implicaciones. Revista Electrónica de Investigación Psicoeducativa., vol 6 (2), pag. 455–474.
- Charaudeau, P., 2011. Las emociones como efectos de discurso. Versión. Estudios de Comunicación y Política, nº26, pág. 97-118.
Revisado por: Dra. Loredana Lunadei el 01/02/2020
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