Publicado: 03/08/2008 - Actualizado: 13/10/2018
Autor: Laura G. Garmendia
Conocí hace poco a una pequeña niña que llamó particularmente mi atención: el entusiasmo se le repartía en los movimientos de su cuerpo, manifestaba verdadero interés por lo que sucedía tanto con las personas de su alrededor cómo en la naturaleza, veía las hormigas en hilera, los puntitos de las catarinas y se la pasaba horas viendo las gotitas resbalar por la ventana cuando llovía; su cara mostraba asombro e interés ante muchos acontecimientos a su alrededor, y además, parecía querer a todo el mundo y lo manifestaba abiertamente. El gozo por la vida parecía no acabársele.
Y viéndola una tarde observarse la palma de la mano con sumo interés, y después de hacerme notar que mi mano también tenía “caminitos” (refiriéndose a las líneas de la mano), me explicó algo del gozo y la fortuna que no entendí muy bien, hasta que la madre se acercó amorosamente a nosotras y nos dijo, con una voz casi mágica, mientras con su dedo índice repasaba las líneas de mi mano: estos son los caminitos de la fortuna, de la suerte y de todo lo que quieras. Tu y ella y todos nacimos con todos los caminos ya hechos para lo que queramos, lo único que necesitamos es caminarlos y gozarlos, porque nacimos para gozar.
La madre era una persona realmente abundante y rodeada de un carisma y belleza muy especial. Ella se sentó amablemente junto a mi y me explicó que una vez, cuando ella era casi una adolescente, alguien le había leído la mano y le había dicho, recorriendo las líneas con su dedo índice, que cada línea representaba un camino realmente afortunado y lleno de riqueza y salud plena, comentarios que, en el instante, le hicieron sentir realmente llena de gozo y entusiasmo, le hicieron sentir con cierto privilegio, ella simplemente estaba convencida de que esas palabras eran certeras, no se puso a investigar ni preguntó a nadie de la veracidad de aquellas “predicciones”, y no supo si fue el modo de decírselo de aquella lectora de manos o algo que ella simplemente ya sabía; pero sentía que ella era alguien en verdad afortunada.
Así que, mientras crecía, y cuando la cosa se ponía difícil o carente allá afuera, bastaba con aderezar el momento pensando en aquellas palabras, se miraba las manos como si fueran las del Rey Midas, ella misma se sentía “La reina de la fortuna”, sabía que no tenía por que preocuparse, por que estaba destinada a la fortuna, la riqueza y la plena salud, su mano lo decía, pero sobre todo, ella lo sentía. Y eso era suficiente para que cualquier situación incómoda o problemática, incluso la misma enfermedad careciese de verdadera importancia, cualquier momento era sólo el paso para la gran bendición, cualquier problema se atenuaba y era una nada, no daba mucho importancia cuando le dolía algo y siempre pensaba “ya se me pasará”. Estaba convencida de que su destino era gozar, así que se concentraba en las cosas que realmente le gustaban, «total, yo estoy destinada para lo mejor» pensaba, y no ponía sus ojos ni atención en el problema, la carencia o la imposibilidad, los ponía en su fortuna, en su riqueza, en la salud y en buscar lo que le hacía sentir realmente satisfecha. Su atención estaba enfocada en lo que soñaba. Y me contó que esto había sido así hasta que una tarde, después de dos años de aquella predicción, había sucedido algo desconcertante… (SIGUE SEGUNDA PARTE).
Revisado por: Dra. Loredana Lunadei el 13/10/2018
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