Publicado: 11/04/2011 - Actualizado: 13/10/2018
Autor: Laura G. Garmendia
El poder de la mente es sorprendente. La mente está creando a cada momento, siempre lo ha hecho, pero lo hace a partir de lo que tiene programada, de lo que se ha aprendido y admitido como verdad. Así que esta “varita mágica” recibe instrucciones limitadas, “pequeñas”, como las de un niño pequeño y poco consciente de las decisiones que toma.
Convertir el plomo en oro. En esto centraban su atención los alquimistas de la antigüedad, quienes escondían sus enseñanzas en diversos símbolos para que no todos pudiesen tener acceso a tan fascinante conocimiento. Usar la mente para crear lo que uno desea era un arma de dos filos: si no había cierta sabiduría en el empleo de las potencias de la mente, se podía causar lo mismo que causaría un niño de cinco años con una varita mágica en la mano.
¿Qué haría un pequeño enojado con su mamá, con una varita mágica en la mano? ¿En que la convertiría? ¿En rana? ¿en una pelota para manejarla a su antojo?
Quizá el ejemplo parezca chusco (cómico), pero es tan sólo para mostrar lo que haría el poder sin una madurez especial.
El conocimiento debe de ir acompañada de la sabiduría. Y la sabiduría se ganaba a través de experiencias, de una consciencia despierta. Un hombre que no tiene dominio de su naturaleza, no puede tener dominio sobre su realidad. Por eso, los iniciados de la antigüedad y los que se inician en este sendero de la Magia y de los poderes de la mente, antes de ambicionar las delicias de esta herramienta creativa extraordinaria, habrían que enfocar su atención en la comprensión de su propia naturaleza, de sus emociones, de su dolor y su depresión.
Si uno solamente desea el poder sin tener consciencia y una madurez emocional especial, el poder entonces solo se usara (aunque no se sea consciente de esto) para crear más dolor y más limitación.
Para empezar a cambiar estas programaciones, se requiere una comprensión de todas aquellas experiencias que nos han provocado aflicción, inseguridad, temor y duda. Y se requiere, además, comprender que no estamos separados de la divinidad, que cada persona forma parte de un Todo, de algo muy divino, y que cuando juzgo a un tercero o a mi mismo, estoy juzgando lo divino.
¿Cómo podría lo divino estar “mal”? Los juicios los ha creado el hombre, la naturaleza divina sólo permite, permite, nunca juzga, ella da el espacio y la oportunidad de vivir para que se experimente la vida en un sin fin de formas, da la oportunidad a cada cual de que elija libremente en que desea convertir su vida, y también da la oportunidad de que uno se vuelva más grandioso a partir de lo que vive, es decir, de evolucionar.
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Despertando el poder de la mente
Para que los poderes de nuestra mente despierten, hay que afinar nuestra comprensión, empezar a pulir eso divino que habita en nuestro corazón, el Espíritu no simplemente “aparece” de pronto, hay que desarrollarlo, y así como le damos al cuerpo alimento y lo cuidamos, aseamos y lo ejercitamos, así le debemos dedicar tiempo y entrega al Espíritu o Fuerza Creadora dentro de nosotros, lo cual implica conocer un poco cada día que significa ser divino, qué significa traer a Dios enredado en el cuerpo, que significa que seamos semejantes a una fuerza que crea soles, estrellas y mares interminables.
Una forma de empezar a despertar los potenciales inactivos de nuestras mentes, es empezar a conocer cómo funciona esta poderosa herramienta, y saber con qué tipo de material esta trabajando. Bien se sabe que la mente es equivalente a todos los pensamientos que circulan por nuestras cabezas cada día. Así que un buen ejercicio para comenzar es empezar a poner atención a los pensamientos que circulan por nuestras cabezas durante el día.
¿Te gustaría que te sucediera lo que estas pensando en este momento? ¿Qué opinas de tu vecino, de tu “enemigo”? ¿Qué le deseas a las personas que te causaron dolor? ¿Quieres vengarte de alguien? ¿Y como lo harías?
Y todo eso que piensas…. ¿Quién crees que lo va a padecer? ¿Ellos? Por supuesto que no. Tu eres quien padecerá lo que piensas. Ellos puede que estén lejos, en Hawai, divirtiéndose y ni se acuerden de ti. A quien le corresponde lo que sientes es a ti, porque en ti encarnara el sentimiento.
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Podrás desquitarte, desearle lo peor a alguien, quizá planear como hacerle la vida imposible. Podrías hasta enviar que lo aniquilen de este planeta, si, se lo merece, te ha hecho mucho daño. Pero …. ¿y luego? ¿Qué pasara después de que le hayas hecho lo peor? Pasará que te darás cuenta que todo eso no acabara con tu desdicha ni tu dolor, tan solo traerá más soledad e incomprensión.
Así que ya tienes una tarea: observar tus pensamientos cada día, y empezar a comprender al gran maestro llamado dolor, el cual ha detenido tu vida y a eclipsado la alegría de tu corazón, no porque el sea “malo”, no, sino porque te has negado a ver, a escudriñar, lo que puedes aprender de él.
Revisado por: Dra. Loredana Lunadei el 13/10/2018
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