Publicado: 30/12/2007 - Actualizado: 01/02/2020
Autor: Laura G. Garmendia
Comprender el origen de nuestro comportamiento, de nuestras palabras, es la llave para conocerse mejor uno mismo. Es importante que busquemos a cada momento una comprensión más profunda de lo que hacemos, sin criticarnos ni culparnos sino simplemente observarnos, no conformarnos con la primera explicación de la mente sino ir un poco más hondo. Hacer esto implica que nos permitamos a cada momento mientras nos observamos un atrevimiento para el cambio, que pensemos las cosas desde diferentes puntos de vista, que consideraremos una nueva forma de actuar. Sin embargo, es muy común que, cuando uno considera o quiere atreverse a actuar de nuevas formas, la mente conocida (la que está cargada de información pasada) se resista porque ella no sabe a donde va a llevarnos esa nueva actitud, así que hará todo por detenernos en las mismas reacciones porque eso le da seguridad, nos dará razones y explicaciones para que sigamos actuando de la forma anterior.
El valor de cambiar para comprender
Para cambiar y hacer nuevas valoraciones se requiere de un valor especial. Un valor que no se puede lograr si no nos permitimos antes el tiempo para comprender cada experiencia de nuestra realidad y entender su origen más profundo.
El valor de cambiar hacia cosas nuevas nos llega cuando comprendemos algo que no sabíamos. Darnos paciencia, tiempo y lecturas que nos retroalimenten y nos hagan contactar con nuestra naturaleza más honda, es la única forma de poder comprender y renovar lo que nos sucede.
Cuando comprendemos un poco más y escarbamos bajo la primera explicación de la mente, vislumbramos una parte de nuestra consciencia y hay algo que se ilumina. Entonces parece que se nos da un regalo que ocurre desde nuestro interior.
Un regalo parece darse cuando nuestra intención y humildad se juntan para descubrir una consciencia más amplia, entonces podemos sentirnos retribuidos cuando se activan, casi espontáneamente, nuevas formas de ver, sentir y reaccionar ante la vida. Y entonces parece que no tenemos que sentarnos a pensar que hacer en determinada situación, algo ha ocurrido, algo dentro de nosotros tiene más luz, hay un nuevo entendimiento, una consciencia que fluye y nos empuja de una forma muy suave hacía nuevas reacciones y actitudes.
Con este regalo entonces un día descubrimos que, sin pensarlo mucho, un tarde llegamos a casa y encontramos que el niño repite esa actitud que nos saca de nuestras casillas, más descubrimos que estamos más serenos y relajados, ya no nos desbordamos sobre él sino quizás nos surja una nueva creatividad para explicarle algo al niño, para hacerle entender de una nueva forma.
Puede ser que, incluso, una humildad muy espontánea nos pille de momento y nos veamos de pronto en ese pequeño, en esa pequeña, y al verlo nos riamos un poco de vernos ahí, haciendo un berrinche, una tarvesura, dando gritos o siendo desconsiderados, etc. Y puede que hasta nos sintamos emocionados de saber que, al acercarnos a educar a ese pequeño ser humano, es como acercarnos a educarnos a nosotros mismos.
Referencias
- Romero Pérezm, C., 2006. ¿Educar las emociones? Paradigmas científicos y propuestas pedagógicas. Cuestiones Pedagógicas, vol. 18, pag. 105-119.
- Garner, H.C., 2010. Empatía, una verdadera destreza de líder. Military Review (Marzo-Abril 2010), pag. 68-77.
- López, M.B. et al., 2014. Empatía: desde la percepción automática hasta los procesos controlados. Avances de psicologia latinoamericana, vol. 32 (1), pag. 37-51.
Revisado por: Dra. Loredana Lunadei el 01/02/2020
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